Her: ¿tecnoadicción futurista o amor en estado puro?

Pueden hacerse múltiples interpretaciones de Her, la última película de Spike Jonze. Habrá quien hable de desvarío mental (un tipo enamorado de un sistema operativo con voz de mujer). Habrá quien aluda a la soledad de las sociedades líquidas (rememorando al Bauman de Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos). Y habrá también quien hable de tecnoadicciones, ese concepto vaporoso que “la industria del miedo” ansía ver corporeizarse (menuda decepción para sus valedores que la APA no incluyera ese supuesto síndrome en el DSM V ). Escribiré sobre el particular en una entrada futura.

Her cartel de la película
Cartel de la película Her.

Voy a contar lo que yo he visto en la sala oscura. Y lo que he visto es una historia de amor clásico que se resume en una de las frases de la película: “El amor es una forma de locura socialmente aceptable”. Una persona puede establecer relaciones eróticas con una ilimitada colección de objetos (en el sentido freudiano del término). Una relación en la que predomina el desorden afectivo, la sensación de omnipotencia, la fantasía de ser la persona elegida… Formas diversas de delirio.

Enamorarse de un sistema operativo tan sofisticado que es capaz de procesar toda la información cognitiva, emocional, sensorial que una persona asocia a la felicidad, no sería sino una forma más de proyección de las pulsiones primigenias de las que habla el psicoanálisis cuando trata de explicar ese trastorno transitorio que es el amor. Proyección, en este caso, sobre un “objeto” intangible, incorpóreo, evanescente… Como todos, porque siempre nos enamoramos de un fantasma que adopta en cada caso una forma singular.

Pérdida del principio de realidad, desenfreno afectivo, pasión irrefrenable, melancolía… Algunos de los síntomas de esa necesidad humana de volver al origen, que se mantiene mientras hay vida. Frente a esta experiencia radicalmente humana del amor, los amantes del apocalipsis solo verán en Her una distopía tecnológica.