5 rasgos de un buen jefe o jefa (2/2)

La imagen está tomada de la galería de Lorenzo Gaudenzi en Flickr.
La imagen está tomada de la galería de Lorenzo Gaudenzi en Flickr.

En la anterior entrada de esta pequeña serie comenté dos de los principales rasgos de un buen jefe, de una buena jefa. Continúo con una reflexión que sería inagotable.

3. Basa sus relaciones personales en el respeto

  • Tiene un tacto exquisito con el lenguaje: pero no por usar un discurso políticamente correcto, sino porque su vida social se basa en el respeto y toda forma de prepotencia le es ajena. Ni se le ocurriría hacer chistes sexistas o tratar a las mujeres de la organización de modo diferente a los hombres; ni hará bromas racistas. Nada, en definitiva, que pueda ofender.
  • Evita los dobles vínculos comunicativos: como el resto de las personas, puede cambiar de parecer. Porque se transforman las circunstancias, porque posee nuevos datos, porque lo ha pensado mejor o porque recibe aportaciones valiosas de la gente. Lo que nunca hace es confrontar a sus equipos con indicaciones contradictorias. No tiene problemas con que alguien pueda creer que cambiar de idea es un síntoma de debilidad o inconsistencia.
  • Nunca critica a unas personas en presencia de otras: frente a esos jefes que, cada vez que se reúnen con una persona, se dedican a criticar a las demás. Una actitud de gran toxicidad dentro de ese colectivo humano que conforma cada organización. Conviene evitar tales «confidencias», aunque sólo sea porque, como dijera Diderot, «quien te habla de los defectos de los demás, con los demás hablará de los tuyos». 
  • Jamás echará una bronca (y menos aún en público): no va con él, porque sus relaciones laborales se basan en el respeto exquisito a las personas, porque sabe que no sirve más que para generar mal ambiente y porque hace tiempo que trabajó su inteligencia emocional para impedir que la amígdala condicione sus decisiones.  El propio concepto «echar la bronca» le suena ridículo.
  • No es un capataz obsesionado por el control: intenta tener una visión global del proyecto, pero no se ocupa de los detalles, que sabe en buenas manos. Cuando le asalta la tentación de pensar «yo lo hubiera hecho de otro modo», se muerde la lengua, porque sabe que no hay un único modo de hacer bien las cosas, y que, si lo hubiera, no es necesariamente el suyo.
  • Evita toda forma de precarización: antes de aprovechar las circunstancias (la crisis ahora, mañana…) para limitar derechos, reducir salarios, acortar jornadas… dimitiría, porque el respeto que siente por las personas con las que trabaja hace impensable cualquier forma de maltrato.

4. Se empeña en fomentar relaciones saludables

  • Promueve la colaboración: tanto interna como externamente considera necesario que las personas y los equipos aprendan a colaborar. Sabe que es de la inteligencia colectiva de la que cabe esperar mejores resultados en todos los sentidos imaginables (ambiente laboral, cuenta de resultados, menor rotación, etc.)
  • Ni se le ocurriría enfrentar a las personas: no entra en su cabeza ponerlas a competir entre sí provocando de ese modo la disipación de la inteligencia colectiva. El «divide  y vencerás» no va con él, porque no necesita dominar, y porque sabe que el éxito requiere, sobre todo en estos tiempos, dosis elevadas de colaboración.
  • Evita favoritismos: como a cualquiera, unas personas le caen mejor que otras, pero se empeña conscientemente en que tales afinidades pasen inadvertidas. Sabe que la gente pasa muchas horas en la organización y que eso puede dar lugar a dinámicas de todo tipo. Lo que tiene claro es que él va a hacer cuanto esté en su mano para prevenir prácticas tóxicas. Y para ello tiene que practicar con el ejemplo.
  • Evita a «los pelotas» como a la peste: es consciente de la habilidad de algunas personas para instalarse en una especie de «corte» formada por manipuladores, marrulleros, correveidiles, trepas y demás profesionales del parasitismo corporativo. Con su actitud deja claro que no sólo no acepta sino que repudia abiertamente  tales conductas.
  • Desalienta la rumorología: no es sólo que se niegue a participar en ella, sino que da muestras claras de que ese estilo no encaja en una organización basada en el respeto escrupuloso a las personas que la integran. Por ello, ni participará, ni reforzará ni, por supuesto, iniciará dinámicas perversas de ese tipo.
  • Vive como un fracaso propio el desapego de cualquier persona: se preocupa, se interesa, se ocupa, por conocer la situación de las personas, sus dificultades de inserción en la organización, si las hubiera, y busca soluciones. Y, sobre todo, evita convertirse en parte del problema. No concibe que una persona contratada por él pueda dejar la organización por una diferencia de pareceres.

5. Se ocupa de la motivación de las personas

  • No sigue la lógica perversa del palo y la zanahoria: sabe bien que la motivación, a partir de un nivel básico de ingresos, es sobre todo intrínseca. No tiene por qué haber leído a Daniel Pink (aunque no sería raro que al menos lo hubiera visto en TED), pero es bien consciente de que las personas devuelven lo que reciben y niegan aquello que se les escatima.
  • Hace cuanto está en su mano para pagar buenos sueldos: pero no porque sea una persona generosa (que lo es), sino por  honradez y sentido común. Además de remunerar con justicia el compromiso personal, no quiere que el salario sea una preocupación que distraiga a las personas, ni un motivo para que busquen opciones extramuros.
  • Es el primero en bajarse el sueldo si vienen mal dadas: y no por un cálculo interesado, para aparentar, sino porque realmente cree justo participar del mismo esfuerzo que el resto de las personas si, en un momento concreto y durante el menor tiempo posible, una medida tan dramática fuera necesaria.
  • Sabe que no hay innovación sin motivación: innovar no es una cuestión de suerte, sino el resultado de procesos relacionales conscientes. La innovación se planifica. Con la gente. Porque no tiene nada que ver con ocurrencias ni supuestas intuiciones, sino con dinámicas complejas que derivan, en buena medida de la motivación personal y el trabajo en equipo. 
  • Estimula el intraemprendizaje: todas las personas de la organización tienen ideas que considera absurdo desperdiciar por un afán pueril de aparentar que todos los proyectos, productos y servicios de la empresa proceden de su inteligencia. Ni es su estilo ni es tan tonto. Por el contrario, crea las condiciones para que todo el mundo se muestre dispuesto a hacer contribuciones a la marcha de la organización.
  • Es transparente con las cuentas: ni se le pasa por la cabeza recurrir a la «contabilidad creativa». Ni cuentas B, ni dinero opaco ni sobres volanderos para pagar lealtades y sobornos van con su forma de entender la actividad económica. Nunca se le ocurriría, pero además sabe que ese tipo de dinámicas acaban siendo conocidas, pervirtiendo las dinámicas relacionales de la empresa.

En definitiva, el buen jefe, la buena jefa, tratan de ser buenas personas, respetan escrupulosamente a las demás y trabajan sus debilidades para estar a la altura de la gente con la que conviven en la organización. ¿Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia? ¿No? ¿Sí? ¿Conoces jefes así? ¿Tienes jefas así? ¿Eres un jefe, una jefa, así? Encantado de conocer tus opiniones sobre el tema.

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