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Cuerdas y la educación inclusiva

CUERDAS trailer from lafiestapc on Vimeo.

He visto varias veces Cuerdas, el corto de animación de Pedro Solís premiado como mejor cortometraje de animación en la 28 edición de los Goya correspondiente  a 2014. Y tengo que reconocer que lo he hecho con el deseo de que me gustara. Y de poder recomendar su uso como instrumento para promover una educación inclusiva. En parte ha ocurrido, aunque me ha sabido a poco. Y no me refiero a su brevedad.

«Cuerdas» relata la relación en un orfanato entre un niño con una grave enfermedad deteriorante y María, una niña fantasiosa que, desde el minuto uno lo acoge. Me gustan algunas propuestas (no se si conscientes o no) del corto. Me gusta, por ejemplo, que  contribuya a visibilizar un tema que a menudo permanece oculto. Me gusta que haya mostrado el abandono al que por, rechazo del resto de la clase o por desidia, temor o ignorancia del profesorado, puede verse abocada una persona con la grave discapacidad del protagonista. Pero hay otros contenidos que me decepcionan, porque siento que se hubieran beneficiado de un tratamiento más directo.

Una historia de abandono

Cartel de la película Cuerdas
Cuerdas.

Sorprende que no merezca ningún comentario el abandono adulto del que el niño es víctima. Primero lo depositan en el orfanato provincial en el que va a ser «integrado». Allí, tras el papeleo de rigor lo aparcan en un aula, entre dos mastuerzos cuya reacción despectiva también se deja pasar. La presentación de la maestra que lo transporta («como veis es un poco especial») deja bastante que desear. Tras una lección sobre «las comas», el niño es abandonado de nuevo por la maestra, esta vez en el patio, a pleno sol. «Ahora vuelvo, ¿vale?», le dice, pero no vuelve a saberse nada de ella. Si Solís quería dar una visión crítica del trato negativo que puede recibir un niño en tales condiciones, lo ha conseguido. Si no, siento que ha perdido una oportunidad de hacerlo.

El desdén mostrado al inicio por los dos «compañeros» podría haber dado mucho juego educativo, más allá de servir de contrapunto para la actitud de María. Pero se queda ahí, sin tratamiento; como si, con resignación, se dijera: «estos chavales…» También sorprende una distribución de roles tan convencional como la que viven niñas y niños en el patio de la escuela. Las niñas juegan a la comba. Los niños, ¡cómo no!, al fútbol. Podría haberse arriesgado una mirada menos tópica, aunque no sea el eje temático de la historia. 

Cuando llega el desenlace fatal se escucha en la sala del profesorado: «No se cómo se lo vamos a decir a los niños». ¡Como si hubiera habido alguna interacción entre el protagonista (malgré lui) de la historia y el resto de compañeros, excepción hecha de María! En realidad, si no fuera por María el niño hubiera estado solo en todo momento. Sin compañía infantil, ni adulta.

Educación inclusiva

Lo cierto es que un niño con una discapacidad severa llega al centro. Solo una niña muy particular se interesa por jugar con él, ante el desinterés del resto de la clase y una actitud adulta dimisionaria. Con estos mimbres se puede construir una historia sensiblera que movilice las emociones del público. El corto tiene dramatismo más que suficiente para conseguirlo. Pero no aprovecha la oportunidad de plantear abiertamente temas tan relevantes como la solidaridad con las personas más vulnerables, la empatía, la educación inclusiva (y sus complejidades), etc. No era el sentido del corto, pero es una pena. Me quedo con la sensación de que podía haber sido más ambicioso. En todo caso, a pesar de las limitaciones comentadas, este corto puede ser muy útil en el campo de la educación en valores.

Hay otras lecturas de esta historia, como la crítica de Nacho Calderón publicada en Derechos humanos ¡Ya! Los derechos y la dignidad de las personas con diversidad funcional, con el título Cuerdas y marionetas o la publicada por Raúl Gay en el blog De retrones y hombres de Eldiario.es, titulada Cuerdas: el corto que Wert no ha visto.