10 componentes del bienestar laboral

La fotografía se titula Jazz 218 y pertenece a la galería de Mark Galliano en Flickr.
La fotografía se titula Jazz 218 y pertenece a la galería de Mark Galliano en Flickr.

Sentirse bien en el trabajo es un ingrediente relevante del bienestar personal. A fin de cuentas, en él se pasan un buen número de horas cada día, por lo que es un espacio clave para construir o limitar el bienestar. Sobre el malestar laboral escribí la entrada Padecer en el trabajo. Un asunto sobre el que los servicios de prevención laboral, las mutuas y los organismos responsables en la materia, acostumbran a pasar de puntillas a pesar de su impacto epidemiológico como fuente de estrés y otros riesgos psicosociales. Claro, como no hay nada roto (¿seguro?) ni objetivable mediante indicadores bioquímicos… Veamos, en fin, la otra cara del asunto.

Llevo más de 30 años trabajando. En este tiempo he formado parte de media docena de empresas. Grandes y pequeñas, industriales y de servicios, mercantiles y de las llamadas no lucrativas, públicas y privadas. Algo he aprendido sobre las dinámicas laborales que pueden favorecer el bienestar emocional. Demos una vueltecita por ellas.

  1. Tener trabajo. Es una perogrullada, pero no está de más recordarlo. Si deseas o necesitas trabajar, si buscas ocupación y no la encuentras, es muy probable que te sientas mal. Este malestar puede ser en parte debido a la frustración por no lograr tus aspiracioness, por la necesidad de conseguir ingresos suficientes para seguir adelante con tu vida y también, cómo negarlo, porque vivimos en una sociedad que ha entronizado a tal punto el valor del trabajo, que a veces parece que la identidad personal se agota en él.
  2. Trabajar en tu “elemento”. Ya conocemos el origen etimológico del término “trabajo”. Y sabemos que buena parte de los trabajos dejan mucho que desear (por las condiciones laborales, por el estrés, por los jefes…) De ahí que, siendo necesario para la mayoría de la gente trabajar, se convierte para muchas personas en una actividad meramente nutricional. Así concebido, el trabajo se encuentran en los lugares más bajos de la conocida pirámide de Maslow. Pero si, como recuerda Ken Robinson, puedes hacer lo que te gusta y te gusta lo que haces, entonces el trabajo será una fuente de bienestar.
  3. Sentir que tu trabajo te desafía intelectualmente. Dicen que somos animales de costumbres, y algo parece haber de ello en algunos aspectos. Pero no es menos cierto que, para no sucumbir al aburrimiento, la rutina, la inercia, necesitamos afrontar retos que pongan a prueba nuestra capacidad. No tan exigentes que nos desasosieguen, ni tan ligeros que apenas sean variaciones sobre un mismo tema. Pero sí exigencias razonables que nos animen a ver la realidad desde otras perspectivas, intentando soluciones hasta entonces no exploradas.
  4. Sentir confianza en las personas de la organización. Personas que, independientemente del lugar que ocupen en un momento determinado, inspiran confianza, generan confianza, porque confían en sí mismas y en las demás, contribuyen a crear un ambiente acogedor, agradable, en el que se celebran los éxitos como un logro colectivo (sin negar las aportaciones individuales), y se abordan los fracasos como un reto de equipo.
  5. Saber que tus ideas se respetan. Remuneración emocional, que se basa en el reconocimiento de tus aportaciones, de tus capacidades, de tus méritos. Si ocurre lo contrario y tienes jefes que consideran que cuando haces las cosas bien simplemente estás haciendo lo que debes, y cuando algo sale mal es, por supuesto, un error que no pueden dejar pasar, es probable que tu motivación se vea reducida.
  6. Recibir un sueldo digno. Volviendo a Maslow, qué duda cabe de que en estos tiempos de precarización, donde cada vez existen más puestos de trabajo con los que resulta difícil salir de la pobreza, hablar de autorrealización laboral es casi un despropósito. Evidentemente, el sueldo tiene que ser competitivo, en función de lo que en empresas del sector con un volumen similar de actividad se remunera aquello que haces. De lo contrario, cuando te pidan “compromiso” probablemente te de la risa floja.
  7. No tener jefe. Sospecho que sigue siendo habitual la presencia en los puestos directivos del jefe-de-toda-la-vida. Generalmente un hombre, acostumbrado al ordeno y mando y al control como estrategia. Allí donde perviva este modelo, mal asunto. Por el contrario, trabajar con una persona capaz de liderar equipos y proyectos desde la inteligencia emocional, puede ser un placer.
  8. Mantener relaciones cordiales. Una media de ocho horas al día durante cinco días a la semana es tiempo más que suficiente como para prestar importancia a las relaciones laborales. Allí donde sean cordiales y de apoyo mutuo, el día a día resultará agradable y, en esa medida, productivo. Donde, por el contrario, el estilo de dirección imponga un modelo patológico de competencia entre personas y equipos, la tensión será la nota predominante.
  9. Poder elegir horario. De manera que puedas acomodar tu tiempo de trabajo a tu vida fuera de la empresa. Direcciones convencidas de que, en general, el presentismo no es un valor a promover, que lo que realmente importa es el logro de objetivos, consiguen que las personas que integran los equipos se organicen de manera que resulte más enriquecedora para cada una y más productiva para el conjunto.
  10. Saber que todo es limpio. Toda la actividad económica de la empresa se hace en A. Sin facturas falsas, sin contratos amañados, sin dobles contabilidades, sin empresas pantalla… sin delinquir, en definitiva. Participar en tales dinámicas, convirtiéndose en cómplice, es una fuente de estrés que no hará fácil sentirse a gusto en el trabajo.

¿Trabajas en un sitio así? ¡Enhorabuena!