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Salud mental, malestar y contexto

La foto la hice en Bilbao el 14 de diciembre de 2021

Hay un poco de niebla, pero no me esconderé tras ella. No… nunca más…

Ken Kesey | Alguien voló sobre el nido del cuco

La preocupación por la salud mental parece estar adquiriendo una mayor presencia social. La atención de algunos (pocos) políticos, como, por ejemplo, Iñigo Errejón en su artículo La vida no debería doler tanto a tantos y en la petición de un plan solvente de salud mental; la publicación por el humorista Ángel Martín de su libro Por si las voces vuelven, en el que relata su experiencia psiquiátrica; el libro del periodista Anxo Lugilde, La vieja compañera, crónica de su «salida del armario depresivo»; la declaración del actor Javier Martín sobre su trastorno bipolar; el fatídico desenlace vivido por la actriz Verónica Forqué… Una gavilla de ejemplos de personas conocidas, que muestra la relevancia que podría estar adquiriendo la salud mental.

Algunos datos para situarnos

Los problemas que arrastramos en este terreno no son de ahora, aunque el impacto de la covid-19 (y las medidas adoptadas para afrontarla) han agudizado no pocos malestares. De hecho, ya los veníamos padeciendo, tanto en población adulta como infantil (como recuerda el informe «Crecer saludable(mente)», de Save the Children). Pero la salud mental ha sido, y continúa siendo, un tabú sobre el que pasar de puntillas. Los datos, sin embargo, son bien elocuentes.

Según la última Encuesta Nacional de Salud (correspondiente a 2017), 10,8 de cada 100 personas de más de 15 años han sido diagnosticadas por algún problema de salud mental. Las mujeres (14,1%) con mayor frecuencia que los hombres (7,2%). El 6,7% de la población adulta afirma padecer ansiedad crónica (9,1% de las mujeres y 4,3% de los hombres). La depresión alcanza la misma proporción que la ansiedad (6,7%), siendo también superior en mujeres (9,2%) que en hombres (4%). El riesgo de padecer mala salud mental alcanza al 18 % de la población (21 % entre mujeres y 13,9 % entre hombres). El 5,6 % de la población mayor de 15 años toma antidepresivos (7,9 % de las mujeres y 3,2 % de los hombres) y el 12,5 % tranquilizantes (16,1 % de las mujeres y 8,6 % de los hombres). Según el informe Mortalidad por suicidio en España, 2020, del Ministerio de Sanidad, en 2020 se suicidaron en España 3941 personas (74,35 % hombres y 25,65 % mujeres).

El último ESTUDES (consumos de drogas entre estudiantes de 14-18 años), publicado en 2021, muestra que 19,6 de cada 100 adolescentes han consumido tranquilizantes o hipnóticos alguna vez en la vida (24,1 % de las chicas y 15,3 % de los chicos), en una tendencia al alza prácticamente constante desde 1994. El 7,5 % los ha consumido en el último mes (10 % entre las chicas y 5 % entre los chicos).El último EDADES (consumos de drogas en población de 15-64 años), cuyos datos corresponden a 2019, el 22,5 % de la población ha consumido hipnosedantes alguna vez en la vida (26,8 % de las mujeres), siendo la tasa más alta desde 2005. El 8,6 % los ha consumido en los últimos 30 días. El estudio ESDAM (consumos de drogas entre población mayor de 65 años), con datos de 2019, indica que el 36 % los ha consumido alguna vez en la vida, y el 24,8 % en los últimos 30 días. El consumo femenino duplica al masculino en todas las frecuencias de consumo.

La trascendencia del contexto

No vamos a negar la existencia de equilibrios bioquímicos que se desbaratan en determinadas patologías, pero sí vamos a centrarnos en lo que parece más relevante para la mayor parte de las personas que padecen alguna forma de malestar emocional más o menos severo (intenso, duradero, incapacitante…): las condiciones de vida (determinantes sociales de la salud mental) y las habilidades psicosociales para disfrutarla de manera razonablemente armónica, en ese orden. Dos dimensiones estrechamente relacionadas.

La promoción de la salud mental tiene mucho que ver con la transformación de contextos hostiles para el bienestar humano. Y, además, tiene que ver también con aprender a cuidarse, a cuidar, para lo cual es deseable el desarrollo de capacidades como las comentadas en la entrada 12 habilidades psicosociales para promover la autogestión y la presencia social. Habilidades que requieren para su desarrollo de contextos que las propicien. Habilidades que, como en un círculo virtuoso, pueden ayudar a mejorar el entorno, a cambiar las reglas de juego favorecedoras de malestar (nada que ver con alimentar la adaptación acrítica a las mismas). Habilidades, en fin, que no cabe confundir con una suerte de autoayuda narcisista que psicologice la vida cotidiana. De lo contrario, apenas servirán para ir tirando hasta el próximo descalabro. Porque, parafraseando al sociólogo Ulrich Beck, no hay soluciones biográficas a contradicciones sistémicas.

Reivindicar la salud (mental) comunitaria

No es posible avanzar depositando toda la responsabilidad en la fragilidad humana, obvia por otra parte. No hay respuesta individual efectiva a situaciones que, a menudo, tienen entre sus causas componentes estructurales más o menos decisivos. Condiciones estructurales que, en ocasiones, ponen al límite la resistencia emocional. Entornos laborales, sociales, etc., hostiles, sin cuya transformación es improbable mejorar la situación emocional de las personas que los padecen. Como escribe Iván de la Mata en su capítulo del libro colectivo Salud mental y capitalismo, «el sufrimiento psíquico entendido exclusivamente como producto individual de una mente o un cerebro averiado actúa como coartada científica para evitar situarlo también en el espacio social y político».

Necesitamos una promoción de la salud mental que, superando el modelo biomédico y su natural propensión a la contención farmacológica («bálsamo de Fierabrás» que se prescribe con prodigalidad en un proceso de medicalización de la vida cotidiana), incorpore abordajes psicosociales que permitan comprender el malestar en su globalidad, plantee la necesidad de humanizar entornos desquiciantes y desarrolle habilidades socioemocionales que, lejos de ahondar en la resignación, favorezcan el cuestionamiento crítico de los citados factores.

Del contexto a la persona y viceversa

Necesitamos un cambio cultural que diluya estigmas y tabúes, y promueva una actitud empática hacia el malestar ajeno; una transformación social que remueva las aristas más afiladas del contexto; una educación en habilidades psicosociales que facilite el autocuidado, el cuidado de otras personas y una confrontación más crítica con la adversidad; una detección precoz bien engrasada que ayude a identificar riesgos de manera precoz y a derivarlos de manera efectiva…

Tales son algunas de las características que debe reunir la promoción de la salud mental. Sin ellas, queda la retórica y la preocupación impostada. O, peor aún, la psicopatologización de la vida cotidiana.