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Drogas de andar por casa: las «benzos» como paradigma

La foto la hice en Castro Urdiales el 9 de abril de 2022

En una palabra, se transmite con la ingesta masiva del ansiolítico que la solución al problema psicológico viene del lado de la química y no del lazo social.

La ansiedad que no cesa | Fernando Martín Aduriz

En la «sociedad del espectáculo» que habitamos (¿nos habita?), el polo de atracción en el terreno de las drogas está siempre asociado a sustancias hoy por hoy ilícitas; también en las relaciones juveniles con el alcohol, sobre todo en sus formas más estruendosas. No voy a entrar en las diferencias entre unas y otras sustancias, por resultar obvias. Pero, sobre todo, porque lo que en este texto nos ocupa es la capa imaginaria que en torno a determinados compuestos se despliega, y que configura en gran medida el mapa de su consumo. Un manto de banalización que, ese sí, nos deja inermes ante la alabanza de sus prestaciones. Pongamos que hablo de ansiolíticos.

Antes de nada, algunos datos

Trascendió a comienzos de 2022 que, según el Informe 2021 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, JIFE (¿para qué sirve este organismo de tan anacrónica denominación?), España lideraba el ranking mundial de consumo de ansiolíticos. Vaya por delante que la malsonante JIFE no hace estudios, sino que se limita a reproducir datos de fuentes oficiales. En este caso, con datos de 2020, afirman lo siguiente: «Las mayores tasas de consumo de todas las benzodiazepinas en conjunto muy comunes en el mercado lícito, expresadas en S-DDD por 1.000 habitantes por día, fueron comunicadas, en orden descendente, por España, Bélgica, Portugal, Israel, Montenegro y Hungría».

Si observamos los datos de los últimos estudios del Plan Nacional sobre Drogas, encontramos lo siguiente en cuanto al consumo de «hipnosedantes»:

  • Estudiantes de 14-18 años (ESTUDES, 2021):
    • El 13,6 % los ha consumido, con o sin receta, el último año, el 7,5 % el último mes y el 3,7 % a diario el último mes.
    • La edad media de inicio: 14,1 años.
  • Población 15-64 años (EDADES, 2020):
    • El 12 % los ha consumido, con o sin receta, el último año (14,7 % de las mujeres y 9,4 % de los hombres), el 8,6 % el último mes (10,7 % de las mujeres y 6,5 % de los hombres) y el 6,4 % a diario el último mes (8,1 % de las mujeres y 4,1 % de los hombres).
    • La edad media de inicio: 34,4 años.
  • Población mayor de 64 años (ESDAM, 2020):
    • El 27,8 % los ha consumido, con o sin receta, el último año (36,7 % de las mujeres y 16 % de los hombres), el 24,8% el último mes (33,3 % de las mujeres y 13,5 % de los hombres) y el 22,2% a diario el último mes (29,4 % de las mujeres y 12,7 % de los hombres).

Necesitamos prevención

Qué duda cabe de que hace falta una mayor sensatez prescriptora, lo cual nos lleva a las carencias de nuestro sistema de salud mental, y a la considerable farmacocracia instalada. Sin propiciar un cambio cultural, difícilmente se transformará la situación. Pero hace falta, además, abordar este asunto con las gafas de la prevención (valga decir, desde un punto de vista educativo).

Una educación que nos ayude a reconocer nuestro complejo laberinto emocional, permitiéndonos disfrutar de aquellas emociones que nos enriquecen y ayudándonos a descifrar aquellas otras que, por contra, dejadas a su libre albedrío, alimentan un incesante malestar. Una educación que ayude a hacer bueno el verso de Kavafis en su poema Ítaca: «no tengas la menor prisa en tu viaje». Y prisa es lo que sobra en estos tiempos.

Sin olvidar que, a menudo, el cambio necesario está fuera

Buscar lo que en salud comunitaria se conoce como «las causas de las causas», que supone, básicamente, no dejarse abducir por la apariencia de los síntomas, para explorar tras ellos la lógica social que, con frecuencia, los explica. Para diferenciar gigantes de molinos, y arremeter crítica y proactivamente contra las coordenadas sociales que dan cuenta de la realidad. Y sus cantos de sirena ideológicos, sobre los que tan oportunamente reflexiona Byung Chul-Han en La sociedad del cansancio, cuando afirma: «lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna».

Porque hablamos de condiciones estructurales deletéreas para el bienestar, y no (solo) de mala suerte o de fragilidad personal. Hablamos del «horror de lo inmanejable» que señala Bauman en Miedo líquido – La sociedad contemporánea y sus temores, donde destaca que «ahora que las defensas que proporcionaba el Estado contra los estremecimientos existenciales están siendo progresivamente desmanteladas (…) se ha dejado en manos de los individuos la búsqueda, la detección y la práctica de soluciones individuales a problemas socialmente producidos».

Las pastillas necesitan contexto

Para terminar, una pregunta: ¿quiere esto decir que las benzodiacepinas no son de ninguna utilidad? Nada de eso. Pueden serlo. Lo son, de hecho. A condición de ser convenientemente indicadas, bien supervisadas y aún mejor (y a tiempo) retiradas. Y en el marco de un abordaje psicosocial de cada situación específica, que ayude a traducir síntomas, desmontar reacciones, redefinir procesos… De otro modo, pan (duro) para hoy y… Como escribe Jordi Soler en La orilla celeste del agua, «para cambiar íntimamente, diría Marco Aurelio, hay que reconstruir el exterior, que es la máscara: el cambio se da por dentro, pero viene de afuera».