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En defensa de una psicología positiva de verdad

La foto está tomada el 18 de noviembre de 2012

Cuanto más convencidos estemos de que la solución a nuestros problemas pasa por una simple cuestión de resiliencia y esfuerzo personal, las posibilidades de imaginar y luchar de forma colectiva por efectuar cambios sociales se verán seriamente limitadas.
Eva Illouz & Edgar Cabanas – Happycracia

La pandemia de covid-19 ha generado un importante malestar en sectores importantes de la población, como ya comentamos en esta entrada, que está lejos de haber terminado. Esto ha motivado la búsqueda de modos de bregar con el sufrimiento, una encrucijada del máximo interés para mercachifles de todo pelaje, que coinciden en asumir los principios de la llamada «psicología positiva».

Una psicología realmente positiva tendría que ocuparse de responder con criterios científicos (y no con galimatías más o menos ingeniosos o con banalidades de autoayuda) a la evidencia disponible sobre los motivos reales del malestar, y sobre las formas efectivas de actuar sobre ellos para contenerlos y, en su caso, revertirlos. Una psicología realmente positiva será aquella que, entre otras cosas:

  1. No se enroque en supuestos desacuerdos internos entre querer y poder, y dedique más esfuerzos a desvelar las marcas contextuales del comportamiento que dificultan el bienestar personal y social.
  2. Se centre en los «determinantes sociales de la salud» emocional, y atienda a lo que en el ámbito de la salud comunitaria se conoce como «las causas de las causas».
  3. Supere la actuación unilateral sobre el síntoma para integrarlo en un mapa sistémico que revele su sentido. Entender, por ejemplo, que la ansiedad es ahora, en gran medida y para buena parte de quienes la padecen, una reacción previsible a una situación de incertidumbre sin (apenas) precedentes, y que la respuesta tiene que ser, básicamente, social.
  4. Asuma entre sus propuestas la prescripción social que se formula desde perspectivas de salud pública, a partir de la evidencia de que muchos padecimientos psicológicos (desde luego los que ahora nos afectan) no proceden de patología alguna, sino que son puras reacciones emocionales a situaciones de tensión social.
  5. Muestre la desnudez conceptual de quienes se empeñan en negar la realidad, dedicados a encontrar fórmulas íntimas de autosuperación («si quieres, puedes», y demás mantras de la pura nada), un auténtico «bálsamo de Fierabrás».
  6. Contribuya al proceso de reconstrucción a emprender tras la sacudida de la pandemia haciendo aportaciones positivas que favorezcan el bienestar personal y social. En este sentido, un ingreso mínimo, aunque no sea suficiente, es una medida necesaria. Por muchos motivos, además de la salud pública.

En estos términos, el adjetivo «positiva» le vendría muy bien a una psicología que, lejos de limitarse a realizar ajustes individuales (supuestamente) adaptativos, actúe para favorecer procesos de cambio social que contribuyan a desmontar los factores de riesgo de tantas situaciones de malestar. La psicología se hace positiva cuando se libra de los manejos de la autoayuda para devenir una perspectiva crítica que ayuda a tomar conciencia de la necesidad de no adaptarse a contextos asfixiantes, sino de aliarse con otras personas para su superación.

Seguramente va a hacer falta mucha «psicología positiva» para afrontar los tiempos que se aproximan. Ojalá seamos capaces de evitar «psicologismos» de baratillo.