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Naturalmente vulnerables

La foto está tomada en Castro Urdiales el 30 de abril de 2023

Ser vulnerable no es, por tanto, una patología o una anomalía. Es un rasgo inherente de la vida humana que se expresa de forma diferente en cada persona y etapa.

Educar para la sostenibilidad de la vida | Yayo Herrero

La vida transcurre con razonable placidez. Todo sigue su curso, labrado paso a paso a lo largo de los años, de un tiempo que va acumulando calendarios de manera lenta pero definitiva. Casi todo importa menos que hace algunas décadas. Los ánimos se serenan y se hace menos probable perder los estribos. Te habitúas a la incertidumbre de la época, que forma ya parte de las reglas de juego. No te gusta, pero lo asumes. Vives, amas, disfrutas, lees, escribes… y hasta los momentos de tensión (cada vez menos, cada vez menos intensos) resultan más llevaderos.

Notas el paso del tiempo sobre tu cuerpo, sobre tu mente (¿alma?), sobre tus expectativas, sobre tus deseos… Aceptas sin sobresaltos un chasquido remoto en los huesos, un sueño menos reparador, una memoria más frágil… Indicadores incontestables de una vida ya larga que pronuncia de vez en cuando sus quejas silenciosas. Nada especial, nada imprevisible, nada que no quepa esperar.

Podría ocurrir, de pronto, que un examen rutinario revelara posibilidades apenas intuidas. Entonces tomarías conciencia de órganos, fluidos, tejidos en los que hasta ahora no habías tenido necesidad de reparar. El cuerpo adquiriría otro sentido, otro sonido, otras presiones que te moverían a desconfiar de él. El cuerpo y quienes se encargan de escrutar sus dinámicas comenzarían a esbozar un destino que, hasta ahora, se dibujaba sereno.

Comenzaría así un goteo de rutinas clínicas, de palabras pronunciadas con la boca pequeña (el lenguaje, siempre apreciado, convertido de pronto en motivo de sospecha), de ensayos facultativos que sopesarían órganos y sistemas, reconstruirían vagas biografías buscando explicaciones, aquilatarían signos desordenados… Quizás dejaras de dominar los ritmos de tu vida que se vería, en buena parte, sacudida por manos ajenas, no siempre tan cuidadosas como desearías.

Tu capacidad de control se vería mermada ante la irrupción grosera de lo inesperado. Un torbellino de emociones te sacudiría sin tregua, tanto de día como (sobre todo) de noche. Como conoces las fases de la asimilación y sabes lo suficiente de pronósticos y procedimientos, no te llamarías a engaño, aunque tampoco dramatizarías.

Ese día quizás olería a asepsia, a sorpresa, a decepción. Definitivamente, a vulnerabilidad. «Ángel fieramente humano», que diría el poeta.

La vulnerabilidad se siente cuando sobreviene el cansancio, cuando se pierde memoria, cuando la resistencia disminuye, cuando el cuerpo pesa y duele.

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