Psiquiatrización, psicofarmacología y control social

La imagen está tomada de la galería de 30dagarmedanalhus en Flickr.
La imagen está tomada de la galería de 30dagarmedanalhus en Flickr.

Recoge estos días la prensa un buen número de titulares acerca de la psiquiatrización de la vida cotidiana, el DSM-5 y las presiones de la industria farmacéutica, a consecuencia de la presentación del libro de Frances Allen ¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría. Y es que resulta difícil sustraerse a la sospecha de injerencias comerciales (además de ideológicas y morales) en el crecimiento de ese catálogo de conductas anormales (?) que es el (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, de la American Psichiatric Association, APA). Intereses que encajan a la perfección con una visión estrecha de la salud mental, del origen y desarrollo de los trastornos psicopatológicos, de los límites entre salud y enfermedad, así como del modo de tratar con esta última.

Ya lo decían los antipsiquiatras

En los años 60, autores en gran medida olvidados como Thomas SzaszDavid Cooper, Ronald Laing, Franco Basaglia (y otros), junto con la enmienda a la totalidad que constituyó la Historia de la locura, de Michel Foucault, desde diferentes postulados y experiencias, denunciaron los abusos de una psiquiatría que avanzaba sin reservas en la patologización de la vida social. Todo aquello que no encajara en su definición (estrecha) de la «normalidad», podía pasar a formar parte de ese elenco de trastornos del que se alimenta la psiquiatría. Acuñó Cooper el concepto de antipsiquiatría como una perspectiva crítica del rol de control social que se le podía reprochar a esta rama de la medicina. También en España hubo diversas tentativas de reformar la práctica de la psiquiatría y asignarle una función social diferente, con nombres como Manuel Desviat, Enrique González Duro o Guillermo Rendueles (entre otros), y colectivos como la Asociacion de Salud Mental y Psiquiatría Comunitaria. Mucho me temo que son, a estas alturas, voces residuales en un panorama dominado por la ubicuidad de «lo neuro».

Paralelamente a este reflujo de los movimientos críticos se ha ido produciendo la consolidación de una perspectiva psiquiátrica dura que extiende, sin apenas reservas, los límites de su disciplina hacia cualquier esquina de la conducta humana. Absténgase cualquier persona que se considere «normal» de hojear el DSM porque se verá reflejado en no pocos de los trastornos que enumera. Ante tal perspectiva, la industria farmacéutica se frota las manos. Pastillas de colores para las expresiones más insospechadas del malestar humano. A fin de cuentas, por qué sentirse mal si con una pastillita…

Consumo de hipnosedantes

Así se explica el incremento en el consumo adolescente de hipnosedantes del que se hace eco la última encuesta del Plan Nacional sobre Drogas acerca de los consumos de drogas entre estudiantes españoles de 14-18 años. Según esta encuesta, el 11,6% de dicha población ha consumido hipnosedantes durante el año anterior al estudio (8,4% de los chicos y 14,9% de las chicas). Si a los 14 años el consumo de estas sustancias es del 7,8% a los 16 años llega al 11,6% y a los 18 al 15%. La edad media de inicio es de 14,3 años (más precoz que el consumo de cannabis). Si observamos la evolución experimentada entre 2006 y 2012 encontramos esto:

  • Los han consumido alguna vez a lo largo de su vida: en 2006 el 12,6% y en 2012 el 18,5%.
  • Los han consumido en los últimos 12 meses: en 2006 el 7,4% y en 2012 el 11,6%.
  • Los han consumido en los últimos 30 días: en 2006 el 3,6% y en 2012 el 6,6%.

Los hipnosedantes son, tras la heroína, la cocaína y el éxtasis, las sustancias psicoactivas sobre cuyo consumo habitual las personas encuestadas depositan una mayor percepción de riesgo. Por último, tras el alcohol y el cannabis, los hipnosedantes son las sustancias percibidas como de más fácil acceso por parte de las personas encestadas.

Si esto ocurre entre adolescentes, ¿cuál será la situación entre la población general? El Plan Nacional sobre Drogas en su última encuesta EDADES 2011-2012 ofrece estos datos:

  • Tras el alcohol y el tabaco, los hipnosedantes son las sustancias más consumidas por la población general (15-64 años): 11,4% las ha consumido alguna vez en los 12 meses anteriores a la encuesta (7,6% de los hombres y 15,3% de las mujeres).
  • El grupo de edad 35-65 años dobla el consumo del grupo 15-34, con un 14,5% y 6,3%, respectivamente.
  • El colectivo de mayor consumo está representado por la franja de 55 a 64 años (27% entre las mujeres y 11,3% entre los hombres).
  • La edad media en el inicio en el consumo de estas sustancias es de 34,5 años.

Control social vs empoderamiento

Como vemos, el consumo de hipnosedantes en España es abultado y creciente. ¿Ha aumentado en los últimos años el malestar emocional que tratan de contener? Qué duda cabe de que la crisis económica que padecemos desde 2007 ha multiplicado la incertidumbre de muchas personas, con el consiguiente incremento (y cronificación) del desasosiego y la desesperanza. ¿Ha aumentado la facilidad con la que la medicina prescribe este tipo de fármacos? Pues a juzgar por los datos, parece que la respuesta afirmativa se impone. Aunque sea anecdótico y sin valor científico (?), recientemente he tenido ocasión de conocer un caso muy elocuente a este respecto: una persona acude al médico por dificultades para dormir, consecuencia de una situación laboral delicada. Cinco minutos después sale de la consulta bien surtido de antidepresivos e hipnóticos, junto con una vaga invitación a «disfrutar de la vida». De hablar con un psicólogo para analizar la situación y buscar formas de afrontarla, nada de nada.

Parece necesario educar a quienes estudian medicina en que la psicofarmacología no puede ser la única respuesta al malestar humano. Y formarles en los conceptos y prácticas de la salud comunitaria, que trata de comprender el malestar emocional atendiendo (también) a las condiciones socioeconómicas en las que viven las personas (determinantes sociales de la salud) Y entrenarles en estrategias para dotar a las personas que acuden en busca de apoyo de competencias psicosociales (activos en salud) que les ayuden a afrontar la adversidad. Empoderamiento personal y resiliencia, frente a la quietud artificial de la psicofarmacología.

No todo malestar es sinónimo de patología. Algunas respuestas «médicas» parecen más formas de control social (el biopoder de Foucault) e ignorancia (una medicina deshumanizada) que tentativas honestas de ayudar a las personas que, en un momento concreto de sus vidas, pueden verse en dificultades que les hacen sentirse mal.

Para terminar, ahí te dejo «Pastillas para no soñar», de Sabina. Que la disfrutes.