Dallas Buyers Club, homofobia, sida y empatía

Ron Woodroof es un idiota. Tras diagnosticarle sida en los 80, le dan un mes de vida y le invitan a que lo aproveche para poner en orden su vida. Pero Ron es un machote, homófobo, y misógino, y no va a permitir que un error médico le rompa la vida. Tras unos días de negación, no le queda más remedio que asumir que ha desarrollado la enfermedad. Comienza así su peregrinación farmacológica en busca del cóctel químico que le permita vivir. ¿Cuánto tiempo? Ni se lo plantea. No se propone curarse, sino encontrar alivio para sus síntomas e ir tirando. Hasta que los 30 días se convierten en 7 años.

Ron trata de seguir haciendo vida normal, dentro de lo que cabe. Por ello, busca la complicidad de su amigos de correrías. Pero, claro, es una cuadrilla de idiotas y el sida despierta lo peor de su necedad moral. Hay que recordar que era la época en la que el sida se presentaba como la enfermedad de las tres haches. Y sus amigos saben que Ron no es haitiano y, aunque se mete de todo, tampoco le ha dado por la heroína. Tras un silogismo de taberna concluyen que el homófobo Ron es homosexual. Y la amistad (?) se viene abajo.

Dallas Buyers Club, cartel de la película.
Dallas Buyers Club, cartel de la película.

Homofobia y soledad

Dallas Buyers Club es la historia de un idiota al que la vida, paradójicamente, le da una segunda oportunidad. Y la aprovecha. Las circunstancias le hacen relacionarse estrechamente con gays, hasta que su rigidez de machote obsoleto se va diluyendo (bueno, sin estridencias, que es Ron Woodroof). Es llamativa su caída del caballo a medida que va entrando en relación con lo que podríamos llamar su «fantasía temida»: la homosexualidad. Paralelamente al descubrimiento de que los machotes de su cuadrilla no eran más que una tribu de monos alardeando de una hombría (¿qué será esto?) banal. El Ron zopenco ve despertar en él un asomo de empatía que acaba haciendo de él una persona casi tierna. Una batalla consigo mismo de la que sale ganador.

La otra batalla que libra es contra la enfermedad. Ron tiene asumido que no va a curarse, pero la cicatería médica y, sobre todo, su soberbia científica ante una enfermedad de la que realmente lo desconocen todo, le lleva a rebelarse y a buscar respuestas alternativas. Hay una reflexión interesante en esta película acerca del papel en nuestras vidas del establishment médico y hasta qué punto tiene derecho a interferir en las decisiones de una persona de automedicarse. Siempre, claro está, que no perjudique a otras personas. La obsesiva persecución de la Food and Drug Administration es una muestra de un fanatismo medicalizador que, en ocasiones, finge tener respuestas clínicas cuando en realidad solo sigue preceptos morales.

Ron Woodroof es un idiota. Y solo cuando se ve vencido acaba despertando una cierta ternura. El trabajo de Matthew McConaughey  para construir este personaje es tan bueno que no puedes evitar odiarle, despreciarle, compadecerle y, en momentos de vulnerabilidad extrema, hasta sentir por él cierto cariño. Un Óscar al mejor actor bien merecido,