Habilidades psicosociales (3/12): Inteligencia emocional

Imagen tomada de la galería de Silvia Viñuales en Flickr.
Imagen tomada de la galería de Silvia Viñuales en Flickr.

El sistema de razonamiento se desarrolló como una extensión del sistema emocional automático.
«El error de Descartes». Antonio Damasio.

Tradicionalmente se ha considerado la inteligencia como la facultad humana para la abstracción, prácticamente sinónimo de inteligencia lógico-matemática. Una dimensión humana, la cognitiva, que, tomando la parte por el todo, pasaba a definirnos. Cuando en 1983 Howard Gardner mostró lo limitado de esta dimensión y la necesidad de integrarla con otras «inteligencias» para dar una visión cabal de la humanidad, se inicia un camino hacia una visión más compleja del concepto de inteligencia. Vamos a centrarnos aquí en señalar sus aspectos más emocionales. No sin antes advertir que solo académicamente cabe separar estas «inteligencias», ya que en la práctica son piezas de un patchwork que solo adquiere sentido y singularidad cuando encaja el conjunto. En cada persona de una manera diferente, que es la que marca la orientación particular de su inteligencia.

Goleman, el gran divulgador

En su primer best seller, «Inteligencia emocional», Daniel Goleman la describió como «una metahabilidad que determina la forma -adecuada o inadecuada- en que las personas son capaces de utilizar el resto de sus capacidades mentales». Se habla de un «cerebro emocional», complementario del «cerebro racional», pero en la práctica, como han ido mostrando los estudios de Antonio Damasio y de otras personas que investigan las neurociencias, solo existe un cerebro, con distintas funciones repartidas entre unas y otras áreas. Un cerebro que se ha visto tradicionalmente beneficiado en sus dimensiones más convencionales de una mayor atención educativa, mientras que, por el contrario, se ha visto atrofiado en otras dimensiones (entre ellas, la emocional).

De manera metafórica puede decirse que, capitaneado por la amígdala, el cerebro emocional favorece o entorpece el rendimiento del resto del cerebro, incluyendo las denominadas «funciones superiores» (lenguaje, matemáticas, lógica, pensamiento abstracto). Pudiendo llegar a que personas con un elevado coeficiente de inteligencia vean mermado su rendimiento como resultado de disfunciones emocionales. Y, al contrario, que personas con un menor desarrollo del cerebro supuestamente racional (el neocortex), dispongan de una mayor efectividad en su comportamiento por disfrutar de una mayor armonía emocional.

Educación emocional y felicidad

Si hiciéramos un registro de las iniciativas surgidas en las últimas décadas para divulgar la inteligencia emocional, veríamos que sus usos son múltiples y variados. Quizás el mundo empresarial sea uno de los ámbitos en los que mayor ha sido su desarrollo. Tiene mucho sentido cuando se alude a la necesidad de mantener un razonable equilibrio emocional y social en uno de los espacios en los que pasamos una parte tan considerable de nuestro tiempo. Desarrollar una saludable automotivación, incluso en condiciones adversas, controlar las presiones para prevenir esas explosiones emocionales a las que tan dados son los machos alfa(lfa), aprender a bregar con esos personajes tóxicos que a menudo pululan por el mundo laboral o saber relacionarse con jefes sociópatas como el acosador laboral al que aludí en esta entrada, son algunos de los beneficios de la inteligencia emocional.

Pero este concepto va más allá de la vida laboral, para encontrar todo su sentido en la búsqueda de la felicidad. La inteligencia emocional nos ayuda a identificar rasgos de personalidad y tendencias reactivas, nos ayuda a integrar las diversas dimensiones que nos dan forma, permite orientar nuestras competencias en la dirección que deseamos seguir, disfrutar de las personas con las que convivimos… En definitiva nos ayuda a sentirnos mejor en nuestra propia piel y en la interacción social. Por el contrario, un escaso desarrollo emocional puede convertir a una persona en psicópata, manipuladora, autosaboteadora… infeliz, en suma, y con un peligroso potencial para sembrar la infelicidad a su paso. La vida laboral y otros espacios sociales están llenos de ejemplos.

Porque mejora el rendimiento de la inteligencia lógica, porque favorece el bienestar personal, porque permite unas relaciones sociales más armónicas… la alfabetización emocional es un componente clave del desarrollo personal que permite vivir de manera equilibrada. La buena noticia es que, al igual que las otra once habilidades psicosociales de las que trata esta serie de entradas, la inteligencia emocional es educable. Parece, de hecho, que cada vez son más las escuelas que se deciden a darle el lugar que les corresponde. Así sea. En la medida en que más personas sintonicen con sus emociones y con las emociones ajenas, evitaremos mucho sufrimiento y conseguiremos mayores cotas de bienestar.

Dejo a continuación un vídeo en el que  Goleman presenta algunos de sus contenidos clave.

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