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Habilidades psicosociales (4/12): Pensamiento crítico

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La imagen está tomada de la galería de Ricard Ramón en Flickr.

Si por algo se caracteriza nuestra realidad social es por ser manifiestamente mejorable. Podría decirse que la base de la innovación es el inconformismo, la convicción de que, a la hora de afrontar problemas o necesidades sociales, son posibles mejores respuestas que las ensayadas hasta la fecha. El pensamiento crítico es la capacidad para cuestionar todos aquellos componentes del contexto que bloquean la búsqueda del bienestar personal y colectivo. Ya sea a escala micro, próxima, como la vida laboral o las relaciones de pareja; ya sea a escala macro, más global, como aquellas dinámicas de nuestra vida social, cultural, económica o política que lastran la búsqueda del bienestar. En este sentido, el pensamiento crítico es enemigo acérrimo del «aquí-siempre-lo-hemos-hecho-así», y se lleva fatal con los mantras del inmovilismo como «es-lo-que-hay» o «siempre-ha-sido-así-y-siempre-lo-será», de acuerdo con los cuales seguiríamos en plena Edad Media.

Poner en cuestión la realidad

El pensamiento crítico se activa con la curiosidad y sus principales herramienta son las preguntas («¿y eso por qué tiene que ser así?») y la iniciativa, por aventurada que parezca («y si en vez de… cogemos y…?) El pensamiento crítico no se conforma, nunca tiene suficiente, siempre pasa a otra fase desde la que contempla muchas más posibilidades. No se trata de hiperactividad o ambición. Se trata, en cualquier campo y quizás especialmente en cuantos tienen que ver con la educación, la promoción de la salud y el bienestar social, de explorar fórmulas novedosas que hagan posible remover obstáculos que condicionan la calidad de vida de las personas, atendiendo al sinfín de necesidades que la rutina, la miopía y la insensibilidad social dejan descubiertas.

El pensamiento crítico cuestiona que la escuela sea el único lugar en el que se aprenda; desconfía de relaciones laborales basadas en la jerarquía acrítica o la adulación (valga la redundancia); rechaza que las ciudades deban diseñarse como escaparates con los que fascinar a sus visitantes mientras se oculta la miseria en los márgenes; al pensamiento crítico le duele el abandono de personas mayores que, por desatención social, apenas pueden salir a la calle, agotadas solo de pensar en la cantidad de obstáculos a los que tendrán que hacer frente; le aburre una relación sanitaria basada en la supuesta omnisciencia de los equipos profesionales frente a la ignorancia de la ciudadanía aquejada de unos u otros síntomas… En definitiva, el pensamiento crítico se lleva mal con la inercia, la rutina, la pasividad, el miedo… Y se siente más a gusto con el riesgo, las preguntas, las dudas… En todos los ámbitos de la vida social.

Empezar por la autocrítica

El pensamiento crítico bien entendido empieza por una saludable autocrítica que permita cuestionar, amablemente pero sin caer en la condescendencia, esas rutinas crónicas que limitan el desarrollo personal. Sin esta mirada interior, el pensamiento crítico se convierte en un mero brindis al sol. Quién no conoce a alguna de esas personas eternamente insatisfechas a quienes todo lo que hace el resto de la humanidad les parece mal, y se especializan en sacar defectos a todo. El clásico «Don Perfecto», atrapado por su patología (trastorno obsesivo-compulsivo, personalidad paranoide…), que convierte además en vara de medir al resto. Nada que ver con la habilidad que nos ocupa. Una autocrítica saludable es la aplicación cariñosa del pensamiento crítico a la propia vida. De manera que, sin obsesionarse con una especie de auto-auditoría emocional permanente, cada persona pueda auscultar razonablemente sus latidos vitales para mejorar, no rendirse a la inercia… seguir creciendo como persona, en definitiva.

Crítica social

Frente a la tentación de psicologizar los problemas sociales, explicándolos como resultado de limitaciones o singularidades personales, el pensamiento crítico nos ayuda a levantar la mirada del ombligo para cuestionar aquellas coordenadas sociales que inciden negativamente en las posibilidades de desarrollo humano. Autocrítica y crítica social como dos manifestaciones de una habilidad cuyo ejercicio puede favorecer procesos de mejora. Más allá de un equívoco «psicologismo», más allá también de descuidar la responsabilidad personal allí donde resulte clave.

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